21 de agosto de 2010

Doña Lola Carrera sobre los capataces y hombres de trono


Extraído del libro "Anécdotas y curiosidades de la Semana Santa Malagueña. Por: un nazareno verde".
Mención aparte merecen los capataces de tronos de la Semana Santa malagueña y los nombres de Daffari, Antonio Rios, Chicano, Manuel Lopez Rojas, Carrasquilla, “El Caimán”, Juan Fernández, los Polos, que forman una antigua dinastía, Joaquín Jerez, vienen a mi memoria como los que han formado en las interminables listas de capataces que han sido y siguen siendo la flor y nata de un oficio en este mundo semanasantero. El capataz de trono malagueño forma con sus hombres una vida aparte y a la vez y ligada íntimamente a las Hermandades de Pasión. No se si lograré explicarme bien al decir que “forman una vida aparte” y no quisiera en ningún momento que se pudiese pensar en el capataz como algo excluído de la Cofradía, cosa esta que no ocurre en ningún momento. Al usar estas frases quiero dejar aclarado que su vivir cofradiero es independientemente, en cierto modo, del que tiene la Cofradía en sí. De todas formas, se unen muchas veces a los actos de cultos, homenajes, reuniones y ese sin fín de cosas que trascurren a lo largo del año cofradiero. Aunque haya un largo paréntesis entre lo que va del Domingo de Resurrección y la llegada de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, estos hombres tienen un contacto entre sí para “charlar de tronos” y hablar de que si ésta o aquella cofradía ha resuelto “sacar niños” en vez de hombres. Antes, solían reunirse en una taberna que había en el pasillo de la Cárcel y que se llamaba “La Raya”, y en donde por un precio módico se podía tomar “media limeta” (media botella de vino), aunque el bar “La Viña”, de la Plaza del Teatro, también solía ser lugar de reunión de todos ellos. Ignoro si con el nivel de vida del que ahora disfrutamos, las tertulias sean en locales más elegantes. Durante el año, de una forma u otra, siempre existe un contacto entre ellos para charlar de “cómo van las cosas”. Tampoco es raro encontrarlos en las procesiones llamadas de gloria, como son la de la Divina Pastora, la del Carmen, María Auxiliadora, etc., y allí están alrededor del trono, lo lleven o no, aunque éste sea sacado por devotos del barrio al que pertenezca al procesión, porque siempre -y esto no hay que olvidarlo- un paso que se precie de ser bien llevado ha de ir con un capataz de los buenos.
La picaresca también hace su aparición, como es de lógica. Yo diría que un capataz que se percie de tal debe tenerla y usarla con la gracia caracteristica que da esta tierra de María Santísima. Por ejemplo, se da el caso algunas veces que una Hermandad hace el trato de pagar por hombre 800 ptas. Es la última palabra del mayordomo de trono, y entonces aquí salta ya la “picaresca del capataz”, les dice a sus hombres:
- A ver muchachos, os he conseguido 100 ptas más de las 700 que ganábais, ¡casi ná!, a ver quien me sube más el hombro. 20 durillos más que yo… ¡yo solito!, he “conseguio pa tos ustedes”.
Es el momento que los hombres se alzan eufóricos y piensan para sus adentros “20 durillos más, es mucho capataz el nuestro”
A los pocos minutos aparece el capataz delante de sus portadores con una túnica y el faraón de un hombre de trono:
- “Pa” que veáis que conmigo no se juega, se la he tenido que quitar a un sinverguenza que nada más empezar ya se estaba tangando. A ver muchachos, arriba ese trono, con coraje, ¡todos a una!”.
Nadie sabe de dónde ha salido la túnica como por arte de magia y nadie, por supuesto, ha visto salir un hombre por entre los varales, pero el capataz saber hacerse respetar y la gente sabe sigue arrimándo el hombro sin tangarse. Los que si se dan cuenta y saben perfectamente como anda el juego son los dos “tíos de la canasta” que van detrás del paso para recoger los enseres que se rompen, o la cera del penitente que abandonó la fila. Estos hombres son por lo general hombres de trono jubilados, personas que por su edad ya no pueden meter el hombro, pero a los que el gusanillo de la afición, con cierta mezcla de fe hacia lo que “va arriba” les hace caminar en ese nuevo oficio.
Los de la canasta se saben el truco como viejos guerreros, y comentan entre ellos:
- ¡Ese se las sabe “toas”, en mis tiempos…!
Y se enzarzan en una conversación chispeante de felices ocurrencias y gratos recuerdos de aquela plaza de la merced con sus “soldados de Pavía” calentitos que costaban tres “perras chicas”. La charla está impregnada de mucho “¿te acuerdas…?” Con la viva nostalgia de un pasado y una juventud ya lejana, cuando ellos eran también hombres de trono.
Delante sigue el capataz confundiendo su voz con la del mayordomo en un extraño duo, con una extraña mezcolanza de palabras fuertes, para que la “nave” camine a rumbo fijo a puerto seguro.

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