30 de julio de 2010

LOS HOMBRES DE TRONO DE ANTAÑO.


Para los menos veteranos que no los conocieron, los arcones eran unos baúles de considerable tamaño donde se guardaban los enseres, túnicas y demás elementos del patrimonio, ya que no se disponía de almacén alguno para su conservación. Eran el germen primigenio de la albacería de los años 50 y 60. Era la historia olvidada de nuestra Congregación de la posguerra, que conviene recordar, entre otras cosas, para poder valorar lo que hoy tenemos.

Si la media (estimada) de edad de nuestros hombres de trono se halla en la treintena corta, quiere decir que, allá por los años setenta al setenta y cinco, más o menos, la gran mayoría de los hoy hombres de trono, aún estaban en ‘el pensamiento de Dios’, como le gustaba decir a mi cuñada a sus hijas, cuando repetidamente le preguntaban, ‹‹¿Y antes de la barriguita de mamá, dónde estaba yo?››.
Los más veteranos, los que rondan la cincuentena, (que ya va siendo hora del relevo, colegas), eran niños o adolescentes cuando vino la crisis de los tronos, que no era otra que el reflejo de la situación general que la sociedad tenía con respecto a las cofradías en particular, y con la Iglesia oficial, en general.
Los tronos, eran llevados por cuadrillas de hombres pagados, contratados por un ‘capataz’, responsable de la misma, y que a su vez, era ayudado por varios, casi siempre, cuatro, responsables de banda, a los que se llamaba ‘encargados’. En definitiva, el ‘mando’ del trono correspondía al o a los mayordomos que la cofradía nombraba, pero toda la responsabilidad de personal, tallaje, reparto de túnicas, y pago a los hombres, correspondía al citado capataz.

Capataces

Los hubo buenos y muy buenos, dentro de la picaresca, por todos admitida que tal trabajo reportaba, y que después citaremos en algunas anécdotas. De los que recuerdo, aparte de los hermanos Polo, descendientes de un gran capataz que fue su padre, y de los que uno de ellos, Juan Polo, era quien llevaba nuestro trono, además de la Soledad del Sepulcro y algunos más, estaban el famoso ‘Bigote de pana’, o mejor dicho, ‘Bigotepana’, ‘El Caimán’, etc. (Como se puede comprobar, nombres muy académicos).
De los encargados, que muchos de ellos devinieron en capataces en los últimos tiempos, destacaron Juanmi, ferralla de profesión; Antonio Cabra, policía nacional y hombre clave en muchas fases de la Semana Santa de Málaga, cerrajero, almacenista de tronos y montador de tribunas; Grabiel, así, como suena, gitano de buena casta, que aún hoy con sus muchos años sigue alrededor de los tronos; el famoso Cili, (Cecilio), empresario encofrador; Manolo Montero, hijo de Joaquín, carpintero irredento de nuestro trono de la Soledad; su inseparable amigo y a su vez entrañable Antonio Corrales, el incombustible; Juan, cariñosamente conocido por ‘la Canosa’, (y espero que no se moleste por esto, porque siempre le han llamado así), por el color de su pelo desde muy joven, hoy, como siempre a los pies del trabajo en su Cofradía del Sepulcro, etc. etc.

Sueldos

Los sueldos, eran algo pintoresco. Se fijaba con antelación ‘los honorarios’ del capataz; el correspondiente a los encargados, que venía a ser como cuatro o cinco sueldos de los hombres de la cuadrilla. Doble sueldo para determinados cargos dentro de los varales por trabajos específicos, y lo mismo para ‘el aguaó’. Y por supuesto, el jornal para cada hombre de trono, que venía a ser en aquella época alrededor de las mil o mil doscientas pesetas, y el número de ellos que eran necesarios. Y se repartían tarjetas de control para las inspecciones que durante el recorrido se hacía para contar que el número de hombres correspondía al contratado, (que casi nunca se cumplía). Hasta ahí, lo prefijado. No obstante, había una costumbre que para los años setenta casi se había extinguido, que eran ‘los premios’.
Si a juicio del capataz, en un momento el trono renqueaba, se solicitaba ‘una prima especial’, para determinado momento: una curva complicada, el paso por la tribuna, o algo semejante. Esta prima, le correspondía pagarla a los mayordomos, por lo que sin querer, se producía un chantaje teórico, que tenía como consecuencia dos cosas. La primera, que nunca sabías por cuánto iba a salir el llevar el martillo, y por otra, que limitaba mucho el acceso al cargo para los cofrades menos pudientes. En mi tiempo, ya en los setenta y tantos, esta costumbre se había extinguido, y se había sustituido por el coste de los bocadillos, que religiosamente, junto con el paquete de tabaco, iban por cuenta de los mayordomos.
Toda estas circunstancias, junto a la frecuente poca seriedad que se veía bajo los varales, así como el coste excesivo para las cofradías, que vuelvo a repetir, estaban en horas muy bajas, motivaron que la gente joven, gracias a Dios, diera el paso adelante, y se hiciera con los varales. Ahí comenzó la gran revolución cofrade, que ha dado en nuestros días, la hermosa
realidad que tenemos en la actualidad. Más seriedad, mayores ingresos, el aumento de hermanos en las listas cofrades, y el ahorro de sueldos que ello conlleva.

Casos curiosos

Se daban casos curiosísimos. (Ya me lo habían advertido, pero no lo podía creer). En un momento del recorrido, creo que fue en la parada al principio de la rotonda del Marqués de
Larios, nuestro trono de la Soledad flaqueó algo. Polo no lo dudó: se fue para uno del varal A, (hombro derecho), lo cogió de la túnica, se la quitó, y a voces, insultándole, lo echó del trono. La reacción del personal fue espectacular, se dio una vuelta y un recorrido en calle de Larios, sin un fallo. Lo que yo no sabía es que el ‘echado’, era medio familia del Polo, que cobraba ‘dos sueldos’ por el numerito aquél, y que todo era una estratagema para que el personal ‘hincara el hombro’. Pero la verdad es que dio resultado.
De la misma manera, era relativamente frecuente, que a pesar de no coincidir casi nunca el número de contratados con los resultantes de los controles realizados, sin embargo, a la hora de pagar, (que hacían los mayordomos junto al albacea general), los números siempre cuadraban. Hasta que nos dábamos cuenta que alguno, partía la túnica en dos, y cobraba dos veces, (seguramente para pagar al compañero que se había tangado)... una por ti...
En fin, historias, afortunadamente pasadas que marcaron un hito, pero que seguramente no debemos olvidar, porque aparte de lo contado, muchos de aquellos hombres lo hacían, aparte de por el dinero, que era escaso en aquellos tiempos, por afición y hasta por devoción, que también la había, y no poca.
Y siempre, siempre, agradecer a todos aquellos hombres su trabajo a pesar de todo, porque durante muchos años, fueron parte importante de nuestras procesiones.

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