Foto: Javier Cuenca |
Termino el Miércoles Santo, ya ha amanecido y me dispongo a arreglarme para el Día Grande. Me miro al espejo, aún desaliñado por las ganas de levantarme pronto, probablemente porque este día estoy más nervioso de lo normal, y observo mi cara, pero no esbozo la sonrisa de otros años, bajo mi mirada hacia mi hombro izquierdo, observo el callo y lo toco con cariño, el mismo cariño con el que la he sacado tantos Domingos de Ramos y otros tantos Jueves Santos, a mi Virgen, La Reina de La Paz.
Como día grande que es, me coloco mis mejores galas: mi traje, camisa blanca impoluta, corbata y la medalla de mi hermandad. Al colocarme la medalla, cierro los ojos, un destello blanco pasa por mi cabeza y ahí estoy yo, con quince añitos, un chavalillo en la explanada de la estación con un sol especial de Domingo de Ramos, al lado mía mi hermano, mi primo, mi vecino y otro montón de hombres de trono que no conocíamos pero que mirábamos con admiración y compañerismo.
Abro los ojos y me dispongo a salir la calle, las piernas me tiemblan quizá porque sé que éste Jueves es diferente, tal vez porque mi maltrecha rodilla no me permite hacer grandes esfuerzos a mis 55 años. Avanzo por las calles, esas calles percheleras que nos vieron crecer bajo los varales de nuestra Señora, que nos curtieron como Hombres de Trono, que no enseñaron muchos valores: amor, sacrificio, amistad y que nada es imposible.
Observo que entre gente que pasea por las calles, muchos son compañeros, mis Hermanos ya que llevan la bolsa con la túnica azul, azul Paz, los miro con envidia sana, les deseo suerte y les digo que estaré con ellos aunque no esté en el varal. No me entretengo y sigo mi camino entre las bocacalles de Ancha del Carmen, se entrevé Cuarteles; qué bonito era hacerla de ida cuando llevábamos una hora en la calle y que larga se hacía tras diez horas de procesión. Parece que fuera ayer cuando la procesión discurría por estas calles, qué capacidad de sufrimiento mostrada, todos a una como hermanos, abrazados al varal como si nos lo fueran a quitar, año tras año cumplíamos nuestro cometido: llegar de la forma más digna posible, siempre rectos, siempre con honor, hombro con hombro.
Pasan las horas, aguardo a la Salida de mi hermandad. Cada minuto que pasa acelera mi corazón, un nudo recorre mi garganta, un pellizco mi estómago, así que me apoyo en la persiana de los Mellizos. Una marea de hermanos confluyen en la plaza, el alboroto del gentío es impresionante. Multitud de recuerdos vienen a mi mente de nuevo, todo es tan real en mi memoria: la Paz atravesando Callejones cuando acariciaba los balcones, la vuelta por calle Carretería, o por la majestuosa Fachada Principal de la Catedral, el estreno del Puente de la Misericordia allá por los años noventa, la subida a la carrerilla de la rampa de la Alameda de vuelta a nuestra Capilla, la frías noches al pasar por la Esperanza y atravesar calle hilera con los cuerpos quebrados y descompuestos. Pero hoy ya no sabré que se siente al llevarte, no conoceré nuevas sensaciones, no podré soñar en tus varales como lo hice tantas noches.
Llegó el momento, la Hermandad va a salir a la calle y no quiero perder detalle, puesto que nunca lo he vivido desde fuera. Es abrir las puertas y mis emociones se desbordan. La impotencia que siento y la alegría de ver a mi Virgen hacen estallar mis emociones. Mis compañeros todos preparados en sus varales se animan unos a otros. El pueblo de la Ciudad del Paraíso, mi Málaga, expectante, tan expectante que un grupo de amigos comentan que este año la Cena y la Paz estrenan Casapalma y que lo harán de forma especial, sin bajar, a paso corto, sin carreras. Yo sonrío.
El señor de la Cena sale a la calle y realiza de forma exquisita y suave sus primeras curvas, los sones de la agrupación son imponentes, triunfales, anuncian la Eucaristía. Por fin llega el turno de la Señora, enmarcada en la puerta de la Casa Hermandad, comienza sus primeras mecidas, suave, elegante, pétalos caen desde los balcones, mis lágrimas discurren por mi cara, la miro a Ella, y le pido perdón por no poder ayudar con mi hombro y le imploro fuerzas para acompañarla detrás de su manto y que guíe mis pasos tapados por una venda negra y en los que en los años venideros me de salud para alumbrar su camino delante de su dulce mirada.
La plaza es un clamor suenan las primeras marchas, todo está medido. La comunión es espectacular. Lo que ven mis ojos parece un sueño, el paso corto cuando una parte de la marcha es suave, la mecida casi inexistente, como si el tiempo se detuviera cuando suena un sólo, la arrancada con valentía y alegría propia de nuestra Virgen cuando llega la explosión de la música que pone la banda de la Paz en nuestra estación de penitencia.
Todo encaja a la perfección. Capataces y Mayordomos dan instrucciones y animan a sus Hombres de Trono, éstos en el varal siempre concentrados con cada marcha, con cada mecida con cada paso que dan., preparando la faena como los buenos toreros. Todos a una como nos enseñaron.
Atrás quedan esos años con un sólo tambor detrás donde costaba hasta coger el paso, atrás queda ir a la carrerilla cuando unos pocos hombres de trono tenían el difícil de reto de regresar lo más dignamente al Perchel Sur, atrás queda el reto de retrasar el punto del recorrido en el que las fuerzas fallaran y empezar el dulce sacrifico de portar a la señora. Atrás quedan esos tiempos y empiezan otros nuevos con nuevos retos para vosotros.
Ahí están mis hermanos, llega una nueva etapa en la que, desgraciadamente, no voy a poder participar. ¡Hermanos del Varal os envido!, que lástima no poder vivir estos nuevos tiempos codo con codo... ha llegado la hora de disfrutar Jueves tras Jueves Santo. La Semana Santa de Málaga evoluciona, como todo en la vida. Se presentan nuevos retos para la Paz y sé que estamos preparados porque os conozco bien. Conozco vuestra forma de trabajar en el varal, conozco vuestra fe y amor hacia Nuestra Señora de la Paz, simplemente sé de la pasta que estáis hechos. Como siempre dije después de once horas en la calle: ¡Al que no le flaqueen las fuerzas, el que no esté cansado, el que no saque fuerzas de donde no las hay, no ha sacado la Paz. Tenéis la obligación de darlo todo señores!
¡Escuchad lo que os digo! No basta con llegar, no basta con llegar bien. La Virgen de la Paz tiene que lucirse por cada calle que pasa, por cada curva que toma, por cada marcha que suena desde principio a fin. Ahora ese es vuestro reto, superar cada Jueves Santo y demostrarle a la Málaga Cofrade que la Virgen de la Paz en su Galeón de Plata marcará una época en la forma de llevar un trono en nuestra Semana Santa. Elegante, siempre al compás de la música, con dulzura, como Ella Nos mira.
Javier Cuenca Aguilar
Fuente: Revista Grial (Hermandad de la Sagrada Cena, Málaga)
Foto: Manuel Ortega |
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