16 de marzo de 2011

El hombre de trono, penitente.

Con la Cuaresma ha llegado el tiempo de encontrarnos a nosotros mismos, de reflexionar y acercarnos, como cristianos y cofrades, a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Hagamos lo mismo para prepararnos en nuestra condición de hombres de trono. Muchos ya tendrán en su casa la túnica, el faraón o el capillo, que se enfundarán para convertirse en penitentes bajo el varal. Y de ese término, 'penitente', parte mi humilde reflexión para este inicio de la Cuaresma.

Nos llaman hombres de trono, no penitentes. Penitentes llaman, en algunos lugares, a los nazarenos, aquí a los que siguen los pasos de una imagen cumpliendo esa promesa que en su día hicieron a Cristo o María. Pero lo cierto es que todos hacemos estación de penitencia, luego todos debemos ser penitentes, por lo que esta diferencia de términos no debe conducirnos a error. Antaño, la diferencia era clara entre los que vestían túnica y capirote y los que arrimaban el hombro y apretaban los riñones bajo los varales de madera, los profesionales. Hace tiempo que el hombre de trono dejó de ser profesional, aunque con frecuencia se mira con nostalgia a aquellos hombres, peones y capataces, no sólo para aprender de su trabajo, sino viendo en su profesionalidad un ejemplo a seguir.

Si somos cofrades, entendemos que hay que luchar por eliminar de una cofradía todo sentido que la aleje de la esencia penitencial, para no ser 'desfile procesional'. Recuerdo siempre la reflexión de un cofrade que decía que, desgraciadamente, hay pocos nazarenos y muchas personas 'disfrazadas' de nazareno. Eso mismo debemos preguntarnos los hombres de trono. ¿Hacemos penitencia bajo el varal, o trabajamos por cubrir nuestras aspiraciones? Ya no somos profesionales. Es importante saber de dónde venimos, pero también saber hacia dónde vamos. Cristo y María, bajo la advocación que sea, representan lo mismo, luego sea donde sea donde se clave el hombro, debe ser de forma penitencial.

No es la primera vez que escucho que el trabajo del hombre de trono, por su técnica y su esfuerzo físico, hace que la condición de penitente quede en un segundo plano. Grave error. Sacar un trono debe conllevar, desde el principio, el mismo compromiso que cualquier otro miembro de la cofradía, nazareno o acólito. Esto implica la penitencia, la oración y un comportamiento. No cabe permitirse licencias ni 'derechos especiales'. Esto no es una teoría, pues en cada trono hay hombres que así lo demuestran y de ellos hay que aprender; igual que de unos se aprende a trabajar, de otros se debe aprender a rezar. Está claro que el nazareno es el nazareno, el acólito, acólito y, nosotros, hombres de trono, cada uno con sus características, pero todos PENITENTES.

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