MARIA SANTISIMA DE LA ESPERANZA CORONADA
En siglos pasados existieron en nuestra ciudad otras imágenes marianas de esta advocación, como la que se veneraba en la ermita de Santa Lucía, en la calle de este nombre y la titular de la institución de sufragios que radicaba en la ermita de Santa Ana, donde hoy de alza el cine Astoria. Desaparecidas éstas, la única que ha pervivido en el tiempo es la Dolorosa de Santo Domingo, que comenzó a adquirir fama a partir de la revitalización de la Semana Santa Malagueña en los albores del siglo XX. Ya hacia 1910 la imagen abandonó sus prendas enlutadas vistiendo desde entonces el manto verde que tan bien se ajusta a su nombre en un proceso concatenado que se produjo por toda Andalucía y que inició el bordador y cofrade sevillano Juan Manuel Rodríguez Ojeda con María Santísima de la Esperanza Macarena, cuando diseñó el manto procesional que estrenaría en la Semana Santa de 1881. Este color recuerda cómo la naturaleza reverdece en primavera tras los rigores del invierno, símil del creyente que en sus tribulaciones debe estar confiado en las promesas de Cristo.
Verde es en definitiva para los cristianos la esperanza, una de las tres virtudes teologales cuyo emblema parlante es el áncora, símbolo del anhelo cristiano en arribar al puerto prometido de la vida venidera, en sentir del autor sagrado: "Tal esperanza es como el ancla firme y segura de nuestra vida", o como muchos siglos antes por boca del profeta Jeremías: "Bien conozco los designios que abrigo sobre vosotros. Son designios de paz, no de desgracia; de daros un porvenir cuajado de esperanza".
María es también la culminación de la esperanza mesiánica: "pues si todos los santos del Antiguo Testamento desearon con ardor la aparición del Salvador en el mundo, ¿cuáles no serían los deseos de Aquella que había sido elegida para ser su Madre?.
Este pensamiento entronca la relación existente entre esta advocación y el pasaje de la Expectación del Parto, cuya festividad litúrgica se refrendó en el año 656 por el Concilio X de Toledo, fijando la fecha en ocho días antes de la Navidad. La adopción de esta fecha se debió al hecho de no poder celebrar convenientemente la de la Encarnación cuando caía dentro de Cuaresma.
En otro orden de consideraciones , la piedad católica ha invocado desde muy antiguo a María, poderosa intercesora, como esperanza y refugio para los pecadores, tal y como rezamos en la Salve Regina, cuya autoría en los prolegómenos del siglo XI se reparte entre el gallego San Pedro Mezonzo y San Bernardo de Claraval. Denominar de este modo a la Virgen fue muy contestado por los reformadores, que vieron en ello una más de las exageraciones sin fundamento de los católicos. Estos ataques fueron refutados en comentarios como el que sigue: "María es esperanza de todos. Los herejes modernos no pueden sufrir que, invocando a María, la llamemos esperanza nuestra, porque dicen que esto sólo es propio de Dios, el cual maldice a quien pone su confianza en las criaturas; y siéndolo María, ¿cómo en Ella se podrá colocar? Así hablan los herejes; pero la Santa Iglesia, regida por el Espíritu Santo, manda que cada día los eclesiásticos y religiosos, en su nombre y en el de los demás fieles, le saluden alzando la voz con el dulce título de esperanza nuestra, esperanza de todos, esperanza de los pecadores".
En los años veinte del pasado siglo no debió ser infrecuente que el pueblo malagueño apodase a la imagen de María Santísima de la Esperanza con el apelativo de "la Gitana", quizás a causa de los numerosos dijes que lucía o por su belleza. Así, al menos, se recoge en la revista de la Saeta nº2 del año 1923.
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