25 de septiembre de 2010

UN ABRAZO DE HERMANO


En estos tiempos tan fáciles, pero a la par tan duros que vivimos, donde las prisas y las ocupaciones personales nos hacen prescindir del contacto humano, resulta cuanto menos raro pero conmovedor volver a verte con personas que, compartiendo básicamente un solo principio, ya es como si lo compartieras todo. Cómo una misma pasión es capaz de abrir los corazones y hacer que varias personas se impliquen en un deber para formar una pequeña pero gran familia. Pocas cosas las consiguen como es la pasión que rodea al hombre de trono, al costalero, al cargador, al horquillero… a todo un sinfín de mismas personas que ejercen su trabajo, muchas veces anónimo y otras tantas sin pedir nada a cambio, bajo una imagen bendita.

Concretamente, en el hombre de trono, creo que se confabulan muchas cosas. Desde el número, hasta la forma de trabajar pasando por la importantísima historia de esta figura tan típica, tan añeja e importante. Hoy nosotros recogemos el testigo de aquellos trabajadores del puerto, muchos de ellos antepasados familiares, que nos han ido regalando cachitos del honor de ser portadores. Fueron ellos, y anteriores a ellos, los que empezaron a engrandecer nuestra sabiduría, los que cuando nadie quería o podía, eran los que acercaban al pueblo a Cristo y a su Bendita Madre. Solamente por eso, merece la pena seguir sufrir cada vez bajo los varales. Y de igual modo que a Jesús le ayudó Simón de Cirene, a cada buen hombre de trono le ayuda su buen compañero, que siempre está para acompañarlo en su esfuerzo, para levantarlo si los músculos flaquean, para que hombro con hombro eleven hasta el mismo cielo la más dulce de las plegarias. Compañeros que muchas veces llegan a hacerse tus hermanos. Tus amigos como mínimo.

Dulce catequesis de humanidad la que se lleva a cabo cuando se abren los tallajes o se organizan reuniones, y todos juntos, los que sabemos del trabajo, los que sabemos qué significa ayudar al compañero, nos volvemos a ver con una sonrisa de oreja a oreja, esperando siempre volver a reencontrarnos con el espíritu tan antiguo, anhelado como renovado del hombre de trono.

Ya lo dijo el propio Jesús “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Por eso, compañero y amigo, por todo lo que entraña este mundo, por todo lo que compartimos juntos, por todo lo que me has enseñado, por esos bienes comunes que son nuestra creencia cristiana, nuestra devoción a Cristo y su Madre y nuestro compromiso en los tronos, no te extrañe si te veo que te salude con un abrazo, un abrazo de hermano.


Carlos J. García de Castro Domínguez.

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